“Nabusimake” en arhuaco quiere decir “tierra donde nace el sol”. Perdida en el corazón de la sierra nevada de Santa Marta, rodeado de montañas se encuentra este pueblo indígena, uno de los tesoros mejor escondidos y conservados de Colombia. El lugar es sencillamente impresionante. El río, las montañas, los nevados… da la sensación de estar en la aldea de los pitufos o en la comarca de los hobbits.
La única manera de llegar es agarrando un Toyota desde Pueblo Bello, o dos horas de viaje por caminos de montaña superando los 3000 metros sobre el nivel del mar. A estos durísimos jeeps más parecidos a tractores, se les conoce como “arañas” ya que son los únicos capaces de subir por el camino de piedras.
Cuando los arhuacos se encuentran, el saludo es pasarse entre ellos de bolso a bolso un manojo de hojas. Los hombres visten completamente de blanco, llevan un gorro de lana encajado sobre el pelo largo y andan todo el día dándole al pororo. Esto es una calabaza hueca que utilizan a modo de mortero en la que echan restos de conchas y vete tú a saber que, creando un polvo blanco que llevan a la boca para mezclar con la pasta de hojas de coca y saliva. Da un poco de asco. Las bocas se les duermen y no se dan cuenta que tienen una babilla verde pegada a los labios.
Las mujeres también van vestidas de blanco pero el toque de color lo ponen los collares de cuentas que les caen sobre el pecho. Destinadas a cuidar a los hijos y a producir bolsos con lana de ovejo, se casan jóvenes siempre por temas familiares.
Nosotros acampamos fuera del pueblo y cerca del río. Las mañanas son calurosas y el sol te quema la piel. Las noches son frías y húmedas. La tienda aparecía cada día empapada en el rocío de la noche y nuestros cuerpos enroscados buscando restos de calor humano. Lavarse la cara en ese río era como meter la cabeza en un glacial.
Dentro del pueblo no destacan precisamente por su amabilidad con el turista o extranjero, “bonaris” como ellos nos llaman. El cartel de la entrada al pueblo no era muy amigable: “se prohíbe la entrada a toda persona no indígena”. Parece que estaban reunidos los mamos, líderes religiosos, construyendo una nueva casa comunal. Insistiendo y prometiendo no tomar fotografías, nos dejaron pasear unos minutos por sus calles y fuentes de piedra, entre sus casa de barro, palos y paja. Las edificaciones conservan ese aire del pasado, como si el tiempo se hubiera detenido allí para siempre.