martes, 13 de marzo de 2012

Paracas y Huacachina


Cuando estábamos en Ecuador nos planteamos ir a las Islas Galápagos pero nos pedían nada menos que 800$. Dicho esto pensamos que para ver bichos mejor el Discovery Channel. Más tarde nos hablaron de Paracas en Perú, a la que llaman las Galápagos de los pobres. Esto parecía ajustarse más a nuestro bolsillo.

Llegamos desde Huaraz, después de una noche de autobús, pasar por Lima y otras 4 horas en la carretera. En Paracas fue donde en 1820 desembarcó San Martín para liberar a los peruanos de la hegemonía española.

El pueblo en si es muy pequeño y lo único importante del día es ver el atardecer. Observamos el candelabro, una formación parecida a las líneas de Nazca, pero muy lejos del lugar. Se dice que también puede haber significado un cactus. Fuimos a las islas, donde vimos cientos de pequeños leones marinos en una playa llamada maternidad. Contemplamos incluso como una mama enseñaba a nadar a su cría. Había pingüinos también y miles de aves en su hábitat. Una vez cada 5 años llegan los barcos que sacan el guano (excremento de pájaro) de estas islas y que puede alcanzar el medio metro de alto. Hace 50 años se sacaba anualmente 2 metros. Estos datos no son más que otro signo de cambio climático, menos aves menos guano. Como se sabe el guano se usa de fertilizante en los campos.

Otra noche fuimos a acampar a la reserva natural, a una playa llamada la mina. El lugar es desolado y hermoso, no hay un palo en toda la reserva, las dunas inundan el paisaje como una imagen del Sahara. La tierra varía entre el amarillo intenso y los rojos cobrizos. Las distancias engañan en el desierto. Lo cerca parece lejos en este inhóspito lugar.

Después fuimos a Huacachina, pasando por Pisco, ciudad literalmente destruida por el terremoto de 2007. Los viñedos destacan entre la arena del desierto.

En mitad de altísimas dunas se encuentra el oasis de huacachina. El verdor del agua es el único en este seco lugar. El calor ahoga pero el remedio está cerca. La tarde se hace más llevadera sumergido en la laguna mientras docenas de pececillos te besan la piel. Hay que estar fresco para después de una cansada ascensión en zig zag a las dunas, contemplar anonadados el atardecer sobre el desierto.

Ahora estamos de vuelta en Lima, en el barrio de Barranco, viendo otros atardeceres. Esperamos como locos el concierto del próximo sábado de mi tocayo Chao.



































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